La Misión del Hijo

El fundamento de la misión es Trinitario. El Padre envía a su Hijo querido al sacrificio: «Dios nos ha amado tanto que ha enviado a su Hijo como victima de expiación por nuestro pecados» (1 Jn 4,10).[1]

La misión del Hijo precisamente parte desde la iniciativa del Padre, pero no lo hace por autosuficiencia, sino que el envío que hace de su Hijo es porque amada a toda la humanidad, tampoco hace este gesto, como una acción de sobra; sino que la va haciendo en un diálogo con la humanidad. 
Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva (Ga 4,4-5).

Esta filiación dentro de la misión de Jesús es precisamente para hacernos hijos de Dios, para hacernos reconocer una humanidad que va mas allá de las fronteras humanas y que se une con Dios el Señor del universo. Pero hay que tomar atención que la filiación es una parte importante dentro de la misión de Cristo, sino que también Jesús viene a ser trasmisor la fe, y que después por medio de Él creerá en el Padre.

En la historia de la salvación, Dios no se ha contentado con liberar a Israel de la casa de servidumbre, haciéndoles salir de Egipto[2]. Sino que envía a su Hijo muy amado para que por medio de Él recibieran la libertad y también quienes crean en Él conozcan la verdadera libertad.

En el himno de Flp 2,6-8 el apóstol Pablo afirma que Jesús es el Hijo de Dios, sino que ha querido exaltar el acto que, partiendo de Dios invisible, supone para Cristo un despojo, un abajamiento, un tomar la condición de siervo, un ser igual a los demás hombres[3].

En este himno vemos claramente que Dios hace una misión especial para con la humanidad, y es la acción de Dios no es solo señales con lo hacía en el Antiguo Testamento, sino que al presentar a su Hijo trae consigo la plenitud de la Alianza, efectuándose una dinámica palpable en la humanidad, que justamente Cristo se hace semejante a los hombres.

Jesús ha venido al mundo saliendo del Padre, y terminará su misión volviendo de nuevo al Padre. Esta pues es una misión, que implica un descenso y un ascenso[4].

La misión de Hijo se toma una característica importante que se da en la unión misteriosa de la Encarnación la naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida, la Iglesia ha llegado a confesar con el correr de los siglos, la plena realidad del alma humana, con sus operaciones de inteligencia y de voluntad, y del cuerpo humano de Cristo. Pero paralelamente, ha tenido que recordar en cada ocasión que la naturaleza humana de Cristo pertenece propiamente a la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido. Todo lo que es y hace en ella pertenece a uno de la Trinidad. El Hijo de Dios comunica, pues, a su humanidad su propio modo personal de existir en el Trinidad[5].

Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre en la unidad de su Persona divina, por esta razón El es el único Mediador entre Dios y los hombres[6].

Cristo en su misión como Hijo de Dios toma la naturaleza de divino y humano, desde esta realidad trinitaria hace de la humanidad un encuentro con los necesitados, Jesús expresa su amor como los más pobres, se abre a la expectativa de ser criticado ante una sociedad llena de esquemas caducos que solo han expresado un encerramiento de la Palabra de Dios; Jesús será la Palabra viva del Padre en Él se comprende la realidad del Padre.

Jesús da un giro en la aquella población judía donde todo estaba estipulado, Jesús se presenta como el enviado que ha de cumplir la voluntad del Padre. Los judíos le consideraban un loco que hace llamar Hijo de Dios, pero en realidad lo fue; y para nosotros hoy sigue siendo el Hijo de Dios, que nos muestra el verdadero rostro del Padre en toda la humanidad y que por el recobra vida el universo. Pero cabe mencionarse que Jesús muestra su misión a todos, pero es comprendida fácticamente en los más pobres, en los humildes.

Hoy Jesús nos sigue presentado a la Iglesia como comunidad en donde comunicamos la misión del Hijo, y que caminos en los pasos de Cristo el Hijo amado del Padre. Ya nos lo dice el documento de Aparecida: “En el encuentro con Cristo queremos expresar la alegría de ser discípulos del Señor y de haber sido enviados con el tesoro del Evangelio. Ser cristiano no es una carga sino un don: Dios Padre nos ha bendecido en Jesucristo su Hijo, Salvador del mundo”[7].




[1] SAYÉS, JOSE, Señor y Cristo, Editorial Palabra, Pág. 464.
[2] CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, N° 431.
[3] SAYÉS, JOSE, Señor y Cristo, Pág. 465.
[4] SAYÉS, JOSE, Señor y Cristo, Pág. 196.
[5] CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, N° 470.
[6] CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, N° 480.
[7] CELAM, Documento de Aparecida, N° 28.



BIBLIOGRAFÍA

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, Editorial Librería Espiritual, 1992.
CELAM, Documento Conclusivo de Aparecida, Editorial San Pablo, Aparecida 2007.
SAYÉS, JOSE, Señor y Cristo, Editorial Palabra, Madrid.


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